martes, 27 de mayo de 2014

Nosotros y la muerte (1) Sigmund Freud

Conferencia pronunciada el 16 de febrero de 1916 ante los miembros de B’nai B’rith de Viena (1a)

1- Honorable Presidente y queridos hermanos: Les ruego que no piensen que fue por un capricho el que haya escogido un título tan horrible para mi conferencia. Sé que hay muchas personas, tal vez también entre ustedes, que no quieren saber nada de la muerte y he querido evitar atraer a aquellos hermanos a pasar una hora que les hubiera resultado molesta. También hubiera podido modificar la primera parte del título: en lugar de «Nosotros y la muerte», podría haberse dicho «Nosotros judíos  y la muerte», porque la relación con la muerte que quiero tratar ante ustedes, la mostramos precisamente nosotros, los judíos, con más frecuencia y de la manera más extrema.

2. Ustedes pueden imaginarse fácilmente, empero, cómo llegué precisamente a la elección de este tema. Es una consecuencia de la horrible guerra que impera con su furia en estos tiempos y que nos está privando a todos de la orientación en la vida. Creo haber percibido que lo que ocupa el primer lugar entre los agentes que favorecen esta desorientación es la modificación de nuestra posición ante la muerte.¿Cuál es, pues, nuestra posición ante la muerte? En mi opinión es muy asombrosa. En general, nos comportamos como si quisiéramos eliminar la muerte de la vida; en cierto modo queremos ignorarla como si no existiese; pensamos en ella como... «en la muerte» (2)
Esta tendencia no puede imponerse evidentemente sin alteraciones. No cabe duda de que la muerte se nos manifiesta de manera ocasional. Entonces nos sentimos profundamente conmovidos y perturbados en nuestra seguridad como si fuera algo insólito. Decimos: «¡Qué horror!» cuando, en su intrepidez, un aviador o un alpinista muere en un accidente, cuando el derrumbamiento de un andamio entierra a tres o cuatro obreros, cuando en el incendio de una fábrica perecen veinte aprendizas o cuando se hunde un barco con varios cientos de pasajeros. Pero lo que más nos afecta es cuando le sobreviene la muerte a alguno de nuestros conocidos; cuando se trata de un hermano de B’nai B’rith, incluso celebramos una reunión fúnebre. Sin embargo, nadie podría deducir de nuestro comportamiento que reconocemos la muerte como una necesidad, que tenemos la firme convicción de que cada uno de nosotros deba una muerte a la naturaleza. Al contrario, cada vez encontramos una explicación que rebaja esta necesidad a la categoría de una casualidad. Esta persona, en concreto, que murió, había contraído una pulmonía infecciosa que de todos modos no había sido una necesidad; aquella otra ya había estado enferma desde hacía mucho tiempo, sólo que no lo sabía; una tercera, de hecho, ya era muy  vieja y débil. (Como contraposición la advertencia: On meurt à tout âge).Cuando encima se trata de alguno de nosotros, de un judío, habría que hacerse la idea de que un judío nunca muere de una muerte natural. Cuando menos, lo habrá estropeado un médico; de otro modo probablemente aún estaría vivo. Aunque admitimos que finalmente hay que morir, logramos alejar este «finalmente» a una lejanía inescrutable. Cuando se le pregunta a un judío qué edad tiene, contesta con preferencia: más o menos sesenta hasta ciento veinte.
3.En la escuela psicoanalítica a la que, como saben, represento, tuvimos la osadía de postular que nosotros –cada uno de nosotros– en el fondo no creemos en nuestra propia muerte. Lo cierto es que no la podemos imaginar. En todos los intentos de ilustrarnos qué sucederá después de nuestra muerte, quién la llorará etc., podemos percatamos de que en realidad aún estamos presentes como observadores. Resulta realmente difícil inculcar a alguien esta convicción, porque tan pronto se encuentra en la situación de hacer la experiencia decisiva, se vuelve inaccesible a cualquier comprobación.

4. Sólo una persona dura o mala cuenta con o piensa en la muerte del otro. Personas más sensibles y más buenas, como todos nosotros, se resisten a estos pensamientos, especialmente cuando la muerte del otro podría proporcionarnos una ventaja en cuanto a nuestra libertad, posición o riqueza.

5. Si la ocasión de que el otro se muere se ha producido no obstante, entonces lo admiramos casi como un héroe que ha logrado algo excepcional. Si habíamos tenido sentimientos hostiles, nos reconciliamos con él; hacemos callar toda nuestra crítica contra él: de mortuis nihil nisi bene, consentimos a gusto que en su lápida se graben alabanzas inverosímiles. En cambio, nos sentimos totalmente indefensos cuando la muerte se lleva a las personas amadas, a los padres, al esposo, a los hermanos, a los hijos o los amigos; no dejamos que nos consuele nadie y nos negamos a sustituir por otro a aquel que hemos perdido. Nos comportamos entonces como una especie de Asra (3) que muere cuando mueren aquellos que ama.

6. Esta relación nuestra con la muerte tiene, empero, una fuerte repercusión en nuestra vida. La vida se empobrece, pierde su interés. Nuestros lazos afectivos, la insoportable intensidad de nuestro dolor, nos vuelven cobardes, hacen que prefiramos evitar los peligros que nos amenazan a nosotros y a los nuestros. No nos atrevemos a considerar la realización de una serie de empresas que en el fondo serían imprescindibles, como los intentos de volar, los viajes de descubrimientos a países lejanos, los experimentos con sustancias explosivas. Nos paraliza la idea de quién sustituirá el hijo a la madre, el marido a la esposa, el padre a los hijos si se produce un accidente y, sin embargo, todas estas empresas son necesarias. Ustedes conocen el lema de la Hansa: navigare necessere est, vivere non necesse (navegar es necesario, pero vivir no). Consideren en cambio lo que cuenta una de nuestras anécdotas judías tan característica: cómo un hijo se cae de una escalera, yace inconsciente en el suelo y la madre se va corriendo a casa del rabino para pedir consejo y ayuda. Dígame, pregunta el rabino, cómo ha sucedido que un niño judío se suba a una escalera?

7.Lo que quiero decir es que la vida pierde en contenido e interés cuando la apuesta máxima, precisamente la vida misma, está excluida de sus luchas. Se vuelve tan vacía e insípida como un flirt americano, en el que desde el primer momento está claro que no debe pasar nada, al contrario de una relación amorosa continental, en la que la pareja debe pensar siempre en el posible peligro. Sentimos la necesidad de compensar este empobrecimiento de la vida y por ello nos interesamos por el mundo de la ficción, de la literatura y del teatro. En el escenario aún encontramos personas que saben morir y que incluso aún pueden matar a otros.



Ahí satisfacemos nuestro deseo de que la vida misma se mantenga como una verdadera puesta en juego para la vida, y también satisfacemos otro deseo: porque no tendríamos nada que objetar contra la muerte si no fuera porque pone fin a la vida, a algo que sólo poseemos en singular. Acaso no es el colmo que en la vida las cosas pueden suceder como en el juego de ajedrez, donde una única jugada equivocada puede obligarnos a abandonar la partida, pero con la diferencia de que no podemos comenzar otra de desquite. En el ámbito de la ficción encontramos esta pluralidad de vidas que necesitamos. Morimos con un héroe, pero sin embargo lo sobrevivimos y eventualmente morimos tan indemnemente con un segundo héroe en otra ocasión.

8. Ahora bien, ¿qué es lo que la guerra ha alterado en esta relación nuestra con la muerte? Muchas cosas. Nuestras convenciones acerca de la muerte, si puedo decir así, ya no las podemos sostener. Ya no podemos pasar por alto la muerte, debemos creer en ella. Ahora la gente se muere de verdad, y ya no son tampoco unos cuantos sino muchos, con frecuencia son decenas de miles en un día. Además, la muerte ya no es ninguna casualidad. Si bien aún parece ocurrir que una bala acierte por azar a uno u otro, la frecuencia pronto termina con la impresión de que sea algo contingente. La vida recobra así,ciertamente, su interés, vuelve a tener su contenido pleno.

9. Aquí habría que hacer una división en dos grupos, separando a aquellos que están, ellos mismos, en la guerra, arriesgando su propia vida, de los otros que se quedaron en casa y que sólo tienen la perspectiva de que la muerte se lleve a los suyos por heridas, infecciones y enfermedades. Sin duda sería muy interesante si pudiésemos estudiar cuáles son las modificaciones anímicas que lleva consigo la entrega de la propia vida en las batallas. Pero no sé nada de ello; pertenezco, como todos ustedes, al segundo grupo, a aquellos que se quedaron en casa y que sienten el temor por sus seres queridos.

10. Observándome a mí mismo y a otros en la misma situación, me da la impresión de que el aturdimiento que se ha apoderado de nosotros, la parálisis de nuestra capacidad de rendimiento están sustancialmente determinados por la circunstancia de que no podemos seguir sosteniendo nuestra acostumbrada relación con la muerte y de que aún no hemos encontrado una posición nueva frente a ella. Tal vez podamos contribuir ahora a nuestra nueva orientación, si entre todos analizamos otras dos relaciones con la muerte: aquella que podemos atribuir a los hombres primitivos, los hombres de la prehistoria; y aquella otra que aún se conserva en cada uno de nosotros, pero que se esconde, invisible para nuestra conciencia, en capas más profundas de nuestra vida anímica.

11. Hasta el momento, estimados hermanos, no les he dicho nada que ustedes no puedan saber y sentir tan claramente como yo. Ahora me encuentro en la situación de decirles algunas cosas que tal vez no sepan y algunas otras que seguramente no se las creerán. Debo admitir que sea así.

12. Pues bien, ¿cómo se comportó el hombre prehistórico frente a la muerte? Su posición frente a ella fue muy asombrosa, nada coherente, sino más bien bastante contradictoria. Pero pronto comprenderemos la razón de esta contradicción. Por un lado, el hombre prehistórico tomó la muerte en serio, admitiéndola como aniquilación de la vida y sirviéndose de ella en ese sentido. Por otro lado la negó, degradándola a nada. ¿Cómo es posible esto? La razón es que su posición frente a la muerte de un otro, del extraño, del enemigo, era radicalmente distinta de la posición frente a la suya propia. La muerte del otro le venía bien, la comprendía como aniquilación y deseaba ardientemente poder provocarla. El hombre primitivo era un ser apasionado,más cruel y malo que los otros animales. Ningún instinto le impidió matar y devorar otros seres de su misma especie, cosa que se sostiene acerca de la mayoría de los animales rapaces. El hombre primitivo mataba a gusto y como si fuera evidente. Por ello, la historia primitiva de la humanidad está llena de asesinatos. Lo que nuestros hijos aún hoy en día estudian en la escuela como historia mundial, es esencialmente una sucesión de genocidios. El impreciso y pesado sentimiento de culpa que domina a la humanidad desde sus comienzos y que se ha condensado, en algunas religiones, en la suposición de una culpa primitiva, de un pecado original, muy probablemente es la expresión de una culpa de sangre que cometieron los hombres de la prehistoria. En la doctrina cristiana aún podemos adivinar en qué consistió esta culpa de sangre. Si el hijo de Dios tuvo que sacrificarse para liberar a la humanidad del pecado original, se trataba, según la ley del Talión, de la venganza por lo mismo,del pecado de un homicidio, un asesinato. Sólo éste pudo exigir el sacrificio de una vida como compensación. Y si el pecado original fue una culpa para con Dios Padre, el crimen más antiguo de la humanidad tuvo que ser un parricidio, el asesinato, por la horda primitiva humana, del padre primitivo, cuya imagen rememorada se idealizó más tarde como divinidad. En mi libro Tótem y tabú (1913), he intentado recoger las pruebas para esta concepción del pecado original.

13. Permítanme que observe que la doctrina del pecado original no es una innovación cristiana sino una parte de la creencia prehistórica que se perpetuó a lo largo de casi todos los tiempos en corrientes religiosas subterráneas. El judaísmo dejó cuidadosamente de lado estos recuerdos oscuros de la humanidad y tal vez fue por eso que se descalificó como religion universal.

14.Volvamos al hombre primitivo y a su relación con la muerte. Hemos escuchado cuál fue su posición ante la muerte de un extraño. Su propia muerte seguramente le fue tan inimaginable y tan irreal como lo sigue siendo todavía hoy en día para cada uno de nosotros. Sin embargo, para él se dio un caso en el que las dos posiciones contrarias ante la muerte chocaron y entraron en conflicto, y este caso adquirió una gran significación y tuvo consecuencias muy importantes y de largo alcance. Este caso se dio cuando el hombre primitivo vio morir a uno de sus parientes, a su mujer, su hijo, su amigo, a los que seguramente amaba de manera parecida como nosotros a los nuestros, porque el amor, ciertamente, no es más joven que el deseo de matar. Así, él mismo conoció la experiencia de que uno puede morir, porque cada uno de estos seres queridos era una parte de su propio yo, aunque, por otro lado, estas personas queridas también eran en parte extrañas. Según leyes psicológicas que aún hoy en día tienen su validez y que imperaban mucho más incondicionalmente en tiempos prehistóricos, estas personas eran al mismo tiempo queridas y extrañas, enemigos que habían provocado en él una parte de sus sentimientos hostiles.

15. Los filósofos han sostenido que el enigma intelectual que la imagen de la muerte significó para el hombre primitivo lo haya obligado a la reflexión y que de este modo se haya convertido en el comienzo de toda especulación. Quisiera corregir este postulado y restringirlo. Lo que desencadenó la investigación del hombre no fue el enigma intelectual ni tampoco todos los casos de muerte, sino que fue el conflicto de los sentimientos al producirse la muerte de seres queridos que también eran personas extrañas y odiadas.De este conflicto de los sentimientos surgió primero la psicología. El hombre primitivo no pudo seguir negando la muerte, ya que la había experimentado parcialmente por medio de su dolor, pero sin embargo no quiso reconocerla porque no pudo pensarse a si mismo como muerto. Así se metió en compromisos, admitió la muerte pero negó que fuese la aniquilación de la vida como la había pensado para sus enemigos. Junto al cadáver de la persona querida inventó los espíritus, pensó en el desdoblamiento del individuo en un cuerpo y un alma, u originariamente en varias almas. Con la conmemoración de los difuntos se creó la idea de otras formas de existencia, para las que la muerte sólo era el comienzo, la idea de una continuación de la vida después de una muerte aparente. En un principio, estas existencias ulteriores sólo fueron apéndices de aquella que la muerte terminó, apéndices como sombras vacías de contenido y menospreciados que aún tenían el carácter de soluciones precarias. Permítanme que les cite las palabras con las que nuestro gran poeta Heinrich Heine –por cierto, en plena concordancia con el viejo Homero – hace expresar al Aquiles muerto su menosprecio por la existencia despues de la muerte.

El pedante más nimio viviente, en Stuttgart sobre el Neckar, más feliz se siente que yo, héroe muerto, hijo de Peleo, rey de las sombras en el mundo subterráneo. (4)

16. Sólo más adelante, las religiones lograron convertir esta existencia póstuma en la más apreciada y la plenamente válida, devaluando así la vida terminada con la muerte a una mera preparación. Por tanto, no fue más que coherente el prolongar la vida también al pasado, inventando las existencias anteriores, los renacimientos, la reencarnación y transmigración de las almas, todo ello con la intención de privar a la muerte de su significado de eliminación de la vida. Es muy significativo que nuestras Sagradas Escrituras no hayan tenido en cuenta esta necesidad del hombre de una garantía de la continuidad de la existencia. Al contrario, en una ocasión leemos: «Sólo los vivos alaban a Dios». Supongo, y ustedes seguramente saben más sobre esto, que la religión popular judía y la literatura que sigue a las Sagradas Escrituras tienen una posición distinta frente a la doctrina de la inmortalidad. Pero quisiera incluir también este punto en los agentes que hicieron imposible que la religión judía sustituyera a las otras religiones antiguas después de la decadencia de éstas.

17. Junto al cadáver de la persona querida no sólo se originaron la doctrina del alma y la creencia en la inmortalidad sino también el sentimiento de culpa, el miedo a la muerte y los primeros mandamientos éticos. El sentimiento de culpa surgió de la ambigüedad del sentimiento hacia el difunto, el miedo a la muerte de la identificación con él. Esta última, mirándola desde un punto de vista lógico, fue una inconsecuencia, puesto que la incredulidad frente a la propia muerte no se podía eliminar de este modo. Tampoco nosotros, los hombres modernos, hemos avanzado más en la resolución de esta contradicción. El mandamiento ético más antiguo y aún en la actualidad más significativo, que se impuso en los tiempos más remotos, es «no matarás». Se había aceptado junto al muerto querido y se extendió paulatinamente también al no querido, al extraño, y finalmente también al enemigo.

18. En este punto quisiera hablarles de un hecho asombroso. El hombre primitivo sigue existiendo en cierto modo, está representado en los salvajes primitivos que al menos le son los más próximos.
Ahora, ustedes se inclinarán a suponer que este primitivo, el salvaje australiano, el de Tierra del Fuego, el Buschrnann, etc., son asesinos impenitentes. Pero se equivocan. El salvaje, en este aspecto, es más sensible que el civilizado, al menos mientras aún no ha sucumbido bajo la influencia de la civilización. Después del final feliz de la Guerra Mundial que actualmente hace sus estragos, los soldados alemanes victoriosos volverán a sus hogares, junto a sus esposas e hijos, sin demora e imperturbados por pensamientos sobre los enemigos que mataron en la lucha cuerpo a cuerpo o con armas de largo alcance. Pero el vencedor salvaje que vuelve de la senda de la guerra, no puede entrar en su pueblo ni ver a su mujer antes de haberse sometido a una larga y compleja penitencia por sus asesinatos bélicos. Ustedes dirán: «Bueno, el salvaje aún es supersticioso, teme la venganza de los espíritus de los caídos». Pero los espíritus de los caídos no son otra cosa que la expresión de su mala conciencia por su culpa de sangre.

19. Permítanme que siga hablando aún un momento de este mandamiento, el más antiguo de la ética: «No matarás». Tanto su aparición temprana como su insistencia nos permiten sacar una conclusión importante. Algunos han sostenido que llevamos en nosotros un instintivo y profundamente arraigado rechazo contra el asesinato. Pues bien, podemos probar fácilmente lo acertado de este postulado. Tenemos a nuestra disposición unos ejemplos muy buenos de este rechazo instintivo y heredado.

20. Permítanme que los lleve a uno de nuestros bellos balnearios meridionales. Allí hay viñedos con suculentas uvas. En estos viñedos también hay serpientes oscuras y gruesas, por cierto, animales totalmente inofensivos, llamados culebras de Esculapio. También hay letreros de prohibición en estos viñedos. En uno de ellos leemos: «A los huéspedes del balneario se les prohíbe terminantemente que se metan en la boca la cola o la cabeza de las serpientes». Sin duda, ustedes dirán que esta prohibición es totalmente absurda y superflua porque tal cosa no se le ocurriría a nadie. Tienen razón. También vemos otros letreros de prohibición, en los que se advierte no coger uvas. Esta prohibición la consideramos más justificada. Pero no, no nos engañemos. Entre nosotros no hay un rechazo instintivo al asesinato. Somos los descendientes de una larga serie de asesinos. El deseo de matar lo llevamos en la sangre y esto tal vez pronto lo habremos averiguado también en otro contexto.

21. Abandonemos ahora al hombre primitivo para interesarnos en nuestra propia vida anímica. Tal vez sabrán que tenemos un procedimiento de investigación con el que podemos averiguar lo que acontece en los estratos profundos del alma, escondidos a la conciencia, es decir, una especie de psicologia submarina.

22. Preguntemos pues: ¿cómo se comporta nuestro inconsciente frente al problema de la muerte? Y ahora seguirá eso que ustedes no creerán aunque ya no les resultará nuevo puesto que se lo he descrito hace un momento. Nuestro inconsciente tiene la misma posición frente a la muerte que el hombre prehistórico. En éste como en muchos otros aspectos, el hombre primitivo sigue sobreviviendo inalterado dentro de nosotros. Es decir que el inconsciente en nosotros no cree en la propia muerte. Se ve forzado a comportarse como si fuese inmortal. Tal vez incluso el secreto del heroísmo sea éste. Es cierto que la fundamentación racional del heroísmo se basa en el juicio de que la propia vida no puede ser tan valiosa como ciertos otros bienes, más generales y abstractos. Pero pienso que el heroísmo impulsivo e instintivo será más frecuente. Es aquel heroísmo que se comporta como si hubiese una garantía en la conocida exclamación del picapedrero Juan «¡No te pasará nada!» (5) y que consiste en entregarse simplemente a la creencia del inconsciente en la inmortalidad. El miedo a la muerte que sufrimos con mucha mayor frecuencia de lo que creemos, es una contradicción ilógica de esta seguridad. Por cierto que este miedo no es ni mucho menos tan originario como el sentimiento de culpa y en la mayoría de los casos es un resultado de éste.

23. Por otro lado aceptamos la muerte de extraños y enemigos y la utilizamos contra ellos como lo hicieron los hombres primitivos. La diferencia sólo está en que no ocasionamos realmente la muerte sino que sólo la pensamos y la deseamos. Pero si ustedes dan crédito a esta realidad psíquica, pueden decir que en nuestro inconsciente todos seguimos siendo aún hoy en día una banda de asesinos. En nuestros pensamientos silenciosos eliminamos a todos los que se interponen en nuestro camino, a los que nos ofenden o nos han perjudicado, a diario y en todo momento. El dicho «¡que se vaya al diablo!» que tantas veces se nos escapa como exclamación inocua y que en realidad significa «que se lo lleve la muerte», es algo muy serio para nuestro inconsciente. Nuestro inconsciente mata incluso por bagatelas: como la antigua legislación ateniense de Dracón, para los delitos no conoce otro castigo que la muerte. Y esto tiene ciertas consecuencias, porque cualquier daño de nuestro yo omnipotente y presumido es en el fondo un crimen laesaemaiestatis.
Es una verdadera suerte que todos estos malos deseos no tengan poder. De otro modo el género humano se hubiese extinguido hace mucho y ni los mejores y más sabios entre los hombres, ni las más bellas y amables entre las mujeres se hubiesen salvado. No nos equivoquemos tampoco en eso, aún somos los mismos asesinos que fueron nuestros antepasados en tiempos primitivos.

24. Puedo decirles esto con toda la tranquilidad porque sé que en todo caso no se lo creerán. Ustedes creen más en su conciencia que rechaza tales posibilidades como difamaciones. Pero no puedo privarme de recordarles que hubo poetas y pensadores que no sabían nada del psicoanálisis y que sin embargo sostenían cosas parecidas. Sólo un ejemplo. J. J. Rousseau se interrumpe en un punto de su obra en una reflexión para dirigir una extraña pregunta a sus lectores. «Supongan –dice– que en Pekín existe un mandarín –Pekín estaba entonces mucho más lejos de París que hoy– cuya muerte les podría traer grandes ventajas y ustedes pudiesen matarlo sin abandonar París, por medio de un mero acto de voluntad, naturalmente sin que existiese la posibilidad de que se descubriera su cometido. ¿Están seguros de que no lo cometerían?».  Bueno, yo no dudo de que muchos entre los estimados hermanos aquí presentes tendrían el derecho de asegurar que no lo harían. Pero en general, yo no quisiera ser ese mandarín, creo que ninguna compañía de seguros de vida lo aceptaría como cliente (6)

25. La misma verdad incómoda se la podría exponer en una forma que les puede causar incluso placer. Sé que todos ustedes gustan de escuchar chistes y supongo que no han reflexionado demasiado sobre el problema del origen del agrado que estos chistes producen. Hay un género de chistes que se llaman cínicos; no son los peores ni los más sosos. Puedo decirles que lo que forma parte del secreto de estos chistes es el disfrazar una verdad escondida o negada, que en sí misma sería ofensiva, de tal manera que incluso nos puede deleitar. Por medio de ciertos dispositivos formales, ustedes se ven forzados a reír; su juicio queda desarmado y así, la verdad que de otro modo hubiesen condenado, se infiltra de contrabando delante de sus ojos. Por ejemplo, conocerán la historia de aquél hombre al que se le entrega una esquela fúnebre en una reunión social y él se la mete en el bolsillo sin leerla. «¿No prefiere averiguar quién se ha muerto?» le pregunta alguien. «No hace falta, contesta,no tengo preferencias». O la historia de aquel marido que en relación a su mujer dice: «Cuando uno de nosotros se muera, yo me iré a vivir a París».
Estos chistes cínicos no serían posibles si no pudieran comunicar una verdad negada. En broma, como se sabe, se puede decir incluso la verdad.

26.Estimados hermanos. Aún hay otra plena coincidencia entre el hombre primitivo y nuestro inconsciente. Lo mismo que para aquél, también para nuestro inconsciente se da el caso de que ambas tendencias, la que reconoce la muerte como aniquilación y la que la niega como irreal, chocan y entran en conflicto. Y este caso se da lo mismo hoy que en tiempos prehistóricos: la muerte o el peligro de muerte de uno de nuestros seres queridos, de los padres, los esposos, de hermanos, hijos o fieles amigos. Estos seres queridos son para nosotros por un lado un bien íntimo, una parte de nuestro propio yo, por otro lado, son en parte extraños, incluso enemigos. Con muy pocas excepciones, las relaciones más tiernas e íntimas siempre están enlazadas con un pedacito de hostilidad que anima el deseo inconsciente de su muerte. Del conflicto de estas dos corrientes, sin embargo, hoy ya no surge la doctrina del alma ni la ética sino la neurosis, que nos permite ver hasta el fondo también de la vida anímica normal. La frecuencia de la preocupación excesivamente cariñosa entre parientes y de autoacusaciones totalmente infundadas después de casos de muerte en la familia nos ha abierto los ojos para la extensión y el significado de estos deseos de muerte, escondidos en lo más profundo.

27. No quiero pintarles más en detalle este aspecto del cuadro. Seguramente se horrorizarán, pero sin razón. La naturaleza, una vez más, ha dispuesto las cosas mucho más hábilmente de lo que nosotros lo podríamos hacer. Es seguro que no se nos hubiese ocurrido que pueda tener una ventaja el acoplar entre ellos el amor y el odio de esta manera. Pero, ya que la naturaleza trabaja con este par de contrarios, nos obliga a mantener despierto el amor y a renovarlo para protegerlo así del odio que detrás de él está al acecho. Se puede decir que el desarrollo más bello de la vida amorosa lo debemos a la reacción contra la espina de las ganas de matar que sentimos en el pecho.

28. Resumamos ahora: nuestro inconsciente es tan inaccesible para la idea de la propia muerte, tan deseoso de matar frente a un extraño, tan ambivalente hacia la persona amada como el hombre prehistórico. ¡Pero cuánto nos hemos alejado de este estado primitivo con nuestra posición cultural frente a la muerte!

29.Y ahora examinemos otra vez lo que hace la guerra con nosotros. Nos quita los sedimentos culturales posteriores y deja que vuelva a aflorar el hombre primitivo en nosotros. Nos obliga nuevamente a ser héroes que no quieren creer en la propia muerte, nos designa a los extraños como enemigos cuya muerte hay que procurar o desear, nos aconseja superar el dolor por la muerte de personas amadas. Así convierte en insostenibles todas nuestras convenciones culturales sobre la muerte. Pero la guerra no es eliminable. Mientras siguen siendo tan grandes las diferencias entre las condiciones de existencia de los pueblos y la aversión entre ellos, seguirán produciéndose guerras a la fuerza. Aquí se impone entonces una pregunta: ¿No deberíamos ser aquellos que ceden y que se ajustan a ella? ¿No deberíamos reconocer que con nuestra posición cultural ante la muerte hemos vivido psicológicamente por encima de nuestro estado? ¿No deberíamos darnos la vuelta para retar la verdad? ¿No seria mejor ofrecerle a la muerte el lugar que le corresponde en la realidad y en nuestros pensamientos y poner un poco más al descubierto nuestra relación inconsciente con la muerte, hasta ahora tan cuidadosamente reprimida? No puedo invitarles a ello como a un trabajo de nivel superior, porque de hecho es un paso atrás, una regresión. Pero seguramente contribuirá a hacernos la vida nuevamente soportable y soportar la vida es el primer deber de todo lo viviente. En el bachillerato escuchamos un proverbio político de los antiguos romanos que reza:
Si vis pacem, parabellum ; si quieres conservar la paz, ármate para la guerra.
Podríamos modificarlo para nuestras necesidades del presente: Si vis vitam, para mortem . Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.

Copyright, Sigmund Freud Copyrights, Colchester.

Traducción de Angela Ackerman Pílari


Anotaciones del texto “Nosotros y la muerte”

por Eduardo Chamorro*


DESORIENTACIÓN

¿Hacia dónde caminamos? Tal vez sea ésta una pregunta que el hombre haya podido hacerse en toda época digámoslo para prevenir posibles objeciones, pero reconozcamos su valor de actualidad, de expresión abreviada de un estado de conciencia que prepondera en nuestros días. Cierto que las inmutables estrellas que orientan el alma humana: amor, justicia, conocimiento, libertad, no han desaparecido. Se pregunta no más por la validez de las cartas marinas que el hombre había trazado para su propio navegar, bajo el impasible esplendor de esas inasequibles constelaciones”. (Antonio Machado, 1919. De las primeras anotaciones escritas en su cuaderno de apuntes, al acabar la Primera Guerra Mundial. (Los complementarios 37 R)

Debemos a la recién aparecida revista Freudiana (Freudiana  Publicación de la Escuela Europea de Psicoanálisis del Campo Freudiano.Número 1. pp. 7-22. Cataluña. Paidós)
la traducción al castellano del mismo. En la “Nota preliminar”, la traductora, Angela Ackermann, da noticia de este hallazgo y adviertte al lector sobre su contenido. La conferencia fue pronunciada el 16 de febrero de 1915, no en abril, como señala Stratchey. Según el conocido comentarista de la obra de Freud, éste redactaría “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, en los meses de marzo y abril. La conferencia de febrero viene a coincidir, en muchos párrafos textualmente, con la segunda parte del ensayo freudiano. Nos encontramos, pues, con dos textos de distinta naturaleza (una conferencia hablada – y posteriormente, como era habitual en Freud, transcrita– y un artículo),  con poco tiempo de distancia entre ellos y dirigidos a destinatarios distintos: el público concreto de la B’nai B’rith  y el lector habitual de la Revista Imago.
La confrontación de ambos textos quizá nos ofrezca algunas claves para penetrar en este momento tan importante de la vida de Freud (7). Son tres los temas que me han resultado más sugerentes en esta confrontación:
1 La decepción ( Enttäuschung) ante la guerra como la experiencia que remite a la
desmentida o renegación (Verleugnung) de la percepción de la muerte.La renegación de la muerte caracteriza, para Freud, el momento actual del desarrollo de la civilización.
2 .La percepción de la muerte del ser amado (y, al mismo tiempo, odiado) como la
experiencia singular que no permite renegar  de la muerte, pues la propia muerte no tiene posibilidad de inscripción en el psiquismo.
3 .La “apuesta por la vida” como opción ética que da acceso al surgimiento de la subjetividad.

1. LA DECEPCIÓN ANTE LA GUERRA Y LA RENEGACIÓN DE LA MUERTE.

Sabemos que en el texto deI  tema de la decepción (o desilusión,como traduce Etcheverry el término Enttäuschung) da título a la primera parte del ensayo. Título equívoco, pues “la decepción provocada por la guerra” es, en realidad, el punto de arranque. Podríamos entender el título como alusión al estado de ánimo en que es sostenida la pregunta que Freud se hace en esta primera parte, pregunta sobre el por qué de la guerra, pregunta a la que intenta dar respuesta, pero, y ello lo desvelará hasta el final, sin conseguirlo...Se trata de trece páginas en las que Freud va describiendo de forma muy pormenorizada el nuevo panorama que ha creado la guerra. Hay algo de artificio literario en las cuatro primeras páginas. Trilling (Frecourt, 1982,p.115) habla de una “espèce de fausse naïveté”.

Freud describe los espléndidos resultados a que ha llegado la civilización para, acto seguido – y no es posible leer los párrafos que siguen sino atravesados por una contenida ironía – sugerir la guerra que podría haberse esperado a partir de esos resultados: una guerra “civilizada”, guerra imposible, como la que se desprende de la lectura de los acuerdos que suscribiría, más tarde, la Sociedad de Naciones. Nada de eso ha sucedido. “La guerra, en la que no quisimos creer, ha estallado ahora y trajo consigo... la desilusión.” (1915, p.280).
Esos puntos suspensivos marcan el momento de inflexión de la primera parte del ensayo. Freud cambia el registro narrativo. Desaparece el tono irónico, distanciador, y se presenta como testigo que pone ante la mirada del lector la tragedia de una guerra en la que ambos están – estamos, podríamos decir, pues el texto de Freud cobra, otra vez, actualidad – implicados.
“No sólo es más sangrienta y devastadora que cualquiera de las guerras anteriores, y ello a causa de las poderosas y perfeccionadas armas ofensivas y defensivas, sino que es por lo menos tan cruel, tan encarnizada y tan inmisericorde como ellas. Transgrede todas las restricciones a que nos obligamos en tiempos de paz y que habían recibido el nombre de Derecho Internacional. No reconoce las prerrogativas del herido ni las del médico, ignora el distingo entre la población combatiente y la pacífica, así como los reclamos de la propiedad privada. Arrasa todo cuanto se interpone a su paso, con furia ciega, como si tras ella no hubiera un porvenir ni paz alguna entre los hombres. Destroza los lazos comunitarios entre los pueblos empeñados en el combate y amenaza dejar como secuela un encono que por largo tiempo impedirá restablecerlos. Se percibe a Freud profundamente afectado por el impacto de la guerra. Recordemos que era la primera vez que la civilización occidental se veía envuelta en una guerra mundial, “La Gran Guerra”. Creemos poder decir que nunca antes un acontecimiento había destruido tanto del costoso patrimonio de la humanidad, ni había arrojado en la confusión a tantas de las más claras inteligencias, ni echado tan por tierra los valores superiores (1915, p. 277)”

Se percibe a Freud profundamente afectado por el impacto de la guerra. Recordemos que era la primera vez que la civilización occidental se veía envuelta en una guerra mundial, “La Gran Guerra”

"Creemos poder decir que nunca antes un acontecimiento había destruido tanto del costoso patrimonio de la humanidad, ni había arrojado en la confusión a tantas de las más claras inteligencias, ni echado tan por tierra los valores superiores". (1915, p. 277)

¿Qué revela esta nueva situación en la que está inmersa la humanidad? Freud va a desarrollar una respuesta: el reconocimiento de los beneficios que ha aportado la cultura en su trabajo de represión sobre la vida pulsional son ilusorios.
Ya en la Carta a Frederik van Eeden (1915) expresaba Freud cómo la guerra venía a confirmar sus tesis elaboradas a partir “del estudio de los sueños y las acciones fallidas que se observan en personas normales, así como de los síntomas de los neuróticos”.
La primera de ellas era que “los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos, sino que persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente (para emplear el término de nuestro lenguaje), y que esperan las ocasiones propicias para desarrollar su actividad”.

La segunda de las tesis era “que nuestro intelecto es una cosa débil y dependiente, juguete e instrumento de nuestras inclinaciones pulsionales y afectos, y que todos nos vemos forzados a actuar inteligente o tontamente según lo que nos ordenan nuestras actitudes (emocionales) y resistencias internas”. Así, pues, se trata de unos impulsos – llama la atención el carácter y la redundancia en las adjetivaciones: “primitivos, salvajes y malignos” – que, aunque reprimidos (por la cultura), persisten y pueden pasar al acto si la ocasión es propicia; impulsos que instrumentalizan la actividad intelectual. No es posible, por tanto, dar cuenta de ellos, pues son ellos los verdaderos protagonistas de la acción humana.
Esta doble tesis es desarrollada ampliamente por Freud en el ensayo. La guerra viene a confirmar lo que él ha mantenido siempre y que ha encontrado tanta resistencia en los que le han escuchado. (El mismo destinatario de la carta, Van Eeden, nunca aceptó las ideas de Freud).
En estas fechas Freud está dedicado a los denominados Escritos Metapsicológicos. Comenzaría uno de ellos, Pulsiones y destinos de pulsión (1915), el 15 de marzo y lo acabaría el 4 de abril. Y no podemos menos de trasuntar cómo la experiencia de la guerra debió propiciar ciertos desarrollos. Me refiero, a modo de ejemplo, al análisis de las oposiciones de amor-odio. El odio es presentado como “más antiguo que el amor; brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos.” (p. 133) Poco antes había empleado la metáfora de las erupciones volcánicas. “Entonces podemos imaginar que la primera erupción de lava, la más originaria, prosigue inmutable y no experimenta desarrollo alguno.” Así pues, la teoría pulsional  ofrece explicaciones cuando nos preguntamos sobre el por qué de la guerra. Aunque no del todo. Freud no queda satisfecho.Recordemos cómo el ensayo sobre  Pulsiones está continuamente matizado,desde su mismo comienzo, por expresiones que insisten en el carácter hipotético de su teoría. Del mismo concepto de “pulsión” nos dice que, siendo básico es “bastante oscuro”. Y cuando llega al principio de placer, principio regulador de las sensaciones de la serie placer-displacer, y que había constituido un pivote de toda su concepción del aparato psíquico, le vemos vacilar y reconocer que “la imprecisión de esta hipótesis es considerable”. Hay algo más allá del principio del placer que está ya minando esta teorización...En Consideraciones de actualidad de guerra y de muerte, al llegar al final de la primera parte Freud, que parece haber “cerrado” su argumentación con el desarrollo de los dos núcleos esbozados en la Carta a Van Eeden, vuelve a hacerse la misma pregunta inicial para acabar confesando su incapacidad de respuesta.

¿Por qué los individuos-pueblos en rigor se menosprecian, se odian,se aborrecen, y aun en épocas de paz, y cada nación a todas las otras?Es bastante enigmático. Yo no sé decirlo. (1915, p.280)

Queda así, otra vez, abierta la pregunta. Va a realizar un segundo intento de respuesta en la segunda parte. Es el texto que ha desarrollado ante el público de la B’nai B’rith. Sabemos de la fidelidad de Freud con esta Asociación Cultural. Asistía quincenalmente a las reuniones desde hacía muchos años. En varias ocasiones ofreció conferencias. ¿Por qué ahora? ¿Qué lleva a Freud a reunirse con sus “hermanos”, así los denomina, “hijos del Pacto”, tal la traducción del nombre de la Asociación? ¿En qué sentido la guerra, su impacto, pide ser compartido y elaborado con ese grupo?.

A continuación, en el  texto citado, aparecen nuevas reflexiones sobre las expresiones de Freud acerca de la muerte, junto con la publicación del debate con diferentes participantes.

El texto completo puede leerse en:


Eduardo Chamorro
España

(1) Revista de Psicoanálisis - EDITADA POR LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA - Tomo LXVII - Diciembre 2010 Número 4
Buenos Aires, República Argentina
ISSN 0034-8740


(1a) Publicada en la Revista Freudiana, Nº 1, 1991, págs 6-22. (Publicación de la Escuela Europea de Psicoanálisis del Campo Freudiano-Cataluña, Difusión Ediciones Paidós, Barcelona).
La Revista de Psicoanálisis ha publicado otra traducción de esta entrevista en el año 1991 N° 4, págs 677-687 realizada por Marcelo Aptekmann.
Publicada en la Revista de Psicoanálisis de Madrid, 13 (1991) 109-126

(2) Expresión del lenguaje coloquial, actualmente poco usada, que significa «no querer saber nada de un asunto». (N. d. T.)

(3) Los Asra son una tribu árabe, mencionada en De l’amour de Stendhal. El poeta Heinrich Heine se inspiró en esta mención en su Romancero, donde dice: «...y mi tribu son aquellos Asra que mueren cuando aman». (N. d. ed. alemana).

(4) "Der Kleinste lebende Philister / zu Stuttgart am Neckar, viel glücklicher ist er, / als ichder Pelide, der tote Held, / der Schattenfürst der Unterwelt” Se trata de la estrofa finalde “Der Scheidende» (El que se despide), uno de los últimos poemas de Heinrich Heinle"

(5) Es Kann mir nix g’scheh’n, exclamación procedente de la obra popular «Die Kreuzels-schreiber» (Los que escriben en cruces, es decir, los analfabetos) del dramaturgo austríaco Ludwing Anzensgruber (1839-89). Freud usa la misma frase en su trabajo «El poeta y la fantasía» (1908). (N. d. ed. alemana)

(6) En la versión editada de este texto, Freud precisa que encontró esta pregunta de Rousseau en la novela de Balzac, Pere Goriot, de la que, al parecer quedó en el lenguaje coloquial francés la expresión: tuer son mandarin. (N. d. ed. alemana)

(7) Ver Jones (1989, vol. 2, pp. 182-222). Gay (1989, pp. 437-523)

El texto completo puede leerse en:

jueves, 24 de octubre de 2013

DOMINIO VERSUS SOMETIMIENTO: LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO

 CONCEPTUALIZACION DESARROLLADAS POR JESSICA BENJAMIN  (1)                                      

                                                                                                              **Compiladora Sonia Cesio


Jessica Benjamin trata de comprender cómo se desarrolla en el ser humano la dominación y su contrario, el sometimiento. Considera que la dominación y el sometimiento forman parte de un sistema de ida y vuelta que involucra tanto a los que ejercen el poder,  como a los que se someten a él. Investigó sobre cuáles son las motivaciones psicológicas que llevan a aceptar la opresión, la humillación y el servilismo, descubriendo un proceso complejo del desarrollo psíquico y con posibilidades de cambiarlo,  si se aborda desde su dinámica más profunda.

Cuestiona la forma masculina de la autoridad,  poniendo en marcha  un nuevo enfoque para captar la tensión entre el deseo de ser libre y el de no serlo.
Nos dice que el sometimiento se origina en la transformación de la relación entre el sujeto y el otro. Dominación y sumisión resultan de una ruptura de la tensión necesaria entre la autoafirmación y el mutuo reconocimiento: una tensión que permite que el sujeto y el otro se encuentren como iguales soberanos.
La afirmación de uno mismo y el conocimiento del otro constituyen los polos de un delicado equilibrio difícil de mantener. El reconocimiento hallado es la respuesta del otro que hace significativos los sentimientos, intenciones y las acciones del sujeto: le permite que ejerza su capacidad de ser agente de sus propias acciones en el mundo, de un modo tangible.

En la zona de encuentro entre madre e hijo,  se construye el vínculo entre ambos por parte de la madre. En esa temprana interacción, la madre ya puede identificar los primeros signos de reconocimiento mutuo. El placer de reconocer la existencia del otro tiene que incluir tanto la conexión con él, como el reconocimiento de su existencia en tanto ser independiente.
La intersubjetividad describe las capacidades proporcionadas por la interacción entre el sujeto y sus semejantes. El elemento crucial que se explora es la representación de sí mismo y el otro como seres distintos, pero interrelacionados.

A medida que la vida evoluciona, la afirmación y el reconocimiento pasan a ser motivaciones importantes en el diálogo entre el sí mismo y el otro, con sus conflictos y dificultades. Recordemos el pasaje de la libido del yo (cuando el sujeto se centra en si mismo) a la libido objetar: donde aparece el reconocimiento del otro, como fuente de satisfacción y en función de establecer múltiples intercambios.
Esta idea de reconocimiento mutuo es crucial para la visión intersubjetiva; implica que tenemos que reconocer al otro como una persona separada, semejante a nosotros pero distinta. Esto significa que el niño tiene también la necesidad de ver a la madre como un sujeto independiente (de sí mismo). A su vez, la madre sólo puede proveer este reconocimiento si posee en sí misma, una identidad independiente. Esto es una meta evolutiva tan importante como la separación.

La mutualidad es una tensión esencial. El estudio de la interacción lúdica temprana revela que el principal medio que tiene el bebé para regular sus propios sentimientos, su estado de ánimo interno, consiste en actuar sobre ese partenaire tan esencial que es su madre (o el sustituto de ella). Necesita la experiencia interactiva de que su acción reestructura con éxito al mundo: cuando la interacción entre la madre y el bebé es exitosa, el niño puede sentir que el mundo es proclive a responder y que él es eficaz, y avanza progresivamente hacia ese mundo que le permitirá desplegar su propio desarrollo personal.
 En ésta, que es la más temprana de las interacciones sociales, vemos de qué modo la búsqueda de reconocimiento puede convertirse en una lucha de poder, o de qué modo la afirmación se convierte en agresión. El fracaso de la mutualidad temprana parece promover la formación del límite defensivo entre lo interno y lo externo.

La paradoja del reconocimiento

El sí mismo del sujeto sólo puede ser reconocido por sus actos; sólo si sus actos tienen un significado para otro, tienen significado para él. En esos momentos tan primarios de la vida, esta dialéctica va estructurando su narcicismo (equivalente a sí mismo).
La mutualidad implica que el concepto de reconocimiento es un problema para el sujeto, cuya meta es sólo estar seguro de sí mismo. Cada persona necesita demostrar la certidumbre de sí misma,  en la lucha sostenida que todos enfrentamos con el otro. Esta lucha,  muchas veces culmina en la relación del amo y del esclavo, cuando uno se rinde y el otro se impone. Hegel ve el origen de la dominación en este desenlace, donde se diluyó el reconocimiento mutuo.

La necesidad de reconocimiento supone esta paradoja: en el momento mismo de comprender nuestra independencia, dependemos de que otro la reconozca. Igualmente, cuando comprendemos que mentes separadas pueden compartir el mismo estado, también advertimos que esas mentes pueden disentir.

El proceso que llamamos diferenciación,  opera a través del movimiento de reconocimiento. La naturaleza de este movimiento es necesariamente contradictoria. Sólo profundizando en la comprensión de esta paradoja podemos ampliar el cuadro del desarrollo humano para que incluya, además de la separación, el encuentro de las mentes.

Para Winnicott, el reconocimiento del otro se logra a través de un proceso paradójico, en el que el objeto tiene que ser destruido dentro de nosotros para que sepamos que ha sobrevivido fuera; así podemos reconocerlo como no sometido a nuestro control. El reconocimiento mutuo no puede lograrse por medio de la obediencia, de la identificación con el poder de la madre o de la represión. Requiere el contacto con el otro (con otros significativos, además de la madre).
El significado de la destrucción simbólica implica que el sujeto pueda comprometerse en una confrontación, y experimentar que esa colisión no es nociva para el otro ni para él mismo; que no provoca ni abandono ni retaliación, que es un devenir de la vida que se repetirá en innumerables ocasiones.

Cuando Winniccot habla del “ambiente sostenedor”, y “ambiente facilitador”, trata de definir las zonas en las que el niño puede desarrollar sus capacidades innatas porque el ambiente que lo rodea facilita su crecimiento (a quienes a su vez, se supone deseosos de que ese niño se transforme en un sujeto capaz de desarrollar multiplicidad de posibilidades).
La activación de las capacidades innatas es un proceso evolutivo que presupone la presencia de dos sujetos interactuarte, cada uno de los cuales contribuye con su parte.
En el curso de la diferenciación, el proceso de reconocimiento puede descarriarse (fallar), y entonces el sí mismo recurre a afirmar la omnipotencia propia o del otro (como defensa). Esta fractura en el reconocimiento propio es el punto inicial para entender el fenómeno del dominio.

La  intersubjetividad abarca la relación entre el sí mismo y el otro, con su tensión entre la igualdad y la diferencia, como un continuo intercambio de influencias. Cuando el conflicto entre dependencia e independencia se vuelve demasiado intenso, la psique humana renuncia a la paradoja en función de una opción. La polaridad, el conflicto entre los opuestos, reemplaza el equilibrio interno y en los términos de un alejamiento otorga la dependencia (niega la individualidad) y por tanto, monta las bases para la dominación.

En el sometimiento voluntario al dominio erótico (las fantasías y relaciones sadomasoquistas) vemos la paradoja en la que el individuo trata de liberarse por medio de la esclavitud.
La dominación comienza con el intento de negar la dependencia. Nadie puede sustraerse verdaderamente a su dependencia respecto de otros, y a la necesidad de reconocimiento. Esa paradoja inicial consiste en que el niño no sólo necesita lograr independencia, sino que debe ser reconocido como independiente por las mismas personas de las cuales depende.

Ese reconocimiento mutuo es quizás el punto más vulnerable del proceso de diferenciación. Si el otro me niega su reconocimiento, mis actos no tienen ningún significado; si el otro está tan por encima de mí que nada que yo pueda hacer modificará su actitud conmigo, sólo cabe que me someta. Mi deseo y mi ser como agente activo de mis actos no encuentran salida, salvo en forma de obediencia. Podíamos llamar a esto la dialéctica del control: si controlo totalmente al otro, el otro deja de existir (en tanto subjetividad autónoma) y si el otro me controla totalmente, soy yo quien deja de existir. La verdadera independencia supone mantener esa tensión esencial de estos impulsos contradictorios: tanto afirmarse a sí mismo, como reconocer al otro (sin que uno predomine sobre el otro). El dominio es consecuencia de la imposibilidad de sostener esta condición.

La relación de dominación es asimétrica, puede invertirse pero nunca convertirse en una relación recíproca o igualitaria. Entonces, el sometimiento se convierte en la forma única del reconocimiento. La afirmación de un individuo (el que manda) se transforma en dominio cuando el reconocimiento del otro (el que depende) se convierte en sometimiento. De modo que la tensión de fuerzas básicas de la interioridad  del sujeto, pasa a ser una dinámica entre individuos.

La relación de dominación se nutre en el mismo deseo de reconocimiento que encontramos en el amor; y el placer está en el dominio.
El poder visto como protector constituye el aspecto más importante de la autoridad. Es lo que inspira confianza y transforma la violencia en una oportunidad de sometimiento voluntario.
En las relaciones laborales podemos encontrar un paralelo en el que la complementariedad reemplaza a la reciprocidad. El dominio presupone a un sujeto atrapado en su omnipotencia, incapaz de establecer un contacto “vivo” con la realidad externa, y de experimentar la subjetividad de la otra persona como una instancia con posibilidad de confrontar. En la dominación encontramos que la complementariedad ha eclipsado la mutualidad.

¿Por qué el sadismo y el masoquismo se han asociado con lo masculino y lo femenino? La estructura profunda de complementariedad sigue existiendo, a pesar de la mayor flexibilidad de los roles sexuales contemporáneos. Para comprender los orígenes del dominio masculino y el sometimiento femenino debemos analizar cómo ha sido el proceso de diferenciación para cada género.
La persona que se ocupa de los primeros cuidados de los bebés suele ser mayoritariamente la madre. Los niños se identifican en un primer momento con la madre, pero para poder constituirse como varones deben desarmar esta identificación y definirse como el sexo diferente: eso da cuenta de una particular subjetividad, ya que ponen el énfasis en la independencia.
Esta necesidad de diferenciarse de la madre,  sumada generalmente a la identificación con un padre dominante, despliega un proceso por el cual empieza a ser vista como algo distinto de sí: con otra naturaleza, o como un instrumento, o como un objeto.
Al modificar la dependencia con respecto a ella con este carácter violento, el varón corre el peligro de perder su capacidad para el reconocimiento mutuo. Puede aceptar que el otro está separado, pero sin la vivencia empática. Si se relaciona con ella como si fuera un objeto, posteriormente esa modalidad relacional reemplazará el intercambio afectivo con el otro.

Las niñas no tienen que romper la identificación con la madre, lo cual constituye sin embargo una desventaja pues carecen de motivo alguno para desidentificarse de ella. La mujer no pone el énfasis en la independencia, sino en la fusión y la continuidad a expensas de su individualidad y de su  independencia. Todo ello proporciona un terreno fértil para el sometimiento. La sumisión muy frecuentemente está motivada por el miedo a la separación y el abandono.
Esto explica la tendencia al sometimiento femenino, ésa es la marca de su subjetividad. Las mujeres, al igual que los hombres, son por “naturaleza” sociales: lo que está en cuestión es la represión de su sociabilidad.

Diferencias de género: el varón  lucha por su libertad con respecto a la mujer que le engendró, con toda la violencia de un segundo alumbramiento, y allí comienzan las fantasías de omnipotencia y de exclusividad. Esa lucha por la autonomía se da en el ámbito del cuerpo y sus placeres. El impulso identificador de ser como el padre va unido a la lucha por la libertad. El “amor identificatorio”, el “ser como”, es el principal medio para que un niño de esta edad pueda reconocer la subjetividad de otra persona.
Cuando este proceso esta fallido, genera consecuencias complicadas.

Tenemos que reconocer (aunque este concepto genere controversias) que incluso hoy en día la feminidad sigue identificándose con la pasividad.
La mujer no expresa tanto su deseo, como su placer por ser deseada. Su poder no reside en su pasión, sino en ser deseable. Si una mujer no tiene ningún deseo propio, tiene que basarse en el deseo de un hombre con consecuencias desastrosas para su vida psíquica.

Esta autora interpreta la envidia al pene masculino como un esfuerzo por identificarse con el padre y así poder diferenciarse de la madre. Y expresa que el trabajo de la individuación no tiene por qué ser sólo una expresión de hostilidad respecto de la dependencia, también expresa el amor del mundo. Pero que predomine el amor o la hostilidad, depende de las circunstancias que rodeen al niño/a.

El conflicto entre la autoafirmación y la angustia de separación generan una ambivalencia esencial. El varón quiere algo más que la simple satisfacción de una necesidad, quiere que se reconozca su voluntad, su deseo, su acto; y allí empieza a comprender también la diferencia entre los géneros.

Las niñas tienen menos entusiasmo exploratorio que los varones (según Margaret Mahler).
Esta diferencia se debe a la mayor identificación de la madre y a la tendencia de ésta a reforzar la independencia del hijo varón. Entonces en su angustia por separase de la madre, buscan una figura de apego que represente su pasaje al exterior: esa figura es el padre. Este, en relación con su hija está  complicado respecto del acercamiento porque revive su propio alejamiento infantil, y se repliega (inconcientemente).
La aspiración de la niña a la independencia produce rabia por el no reconocimiento, y se vuelven hacia adentro. Al crecer, la mujer  idealiza al hombre que tiene lo que ella supone que nunca tendrá (poder, deseo).
En la actualidad, se empieza a comprender las consecuencias que tiene para la niña el que el padre no se comprometa en la relación, que esté ausente u ofrezca seducción en lugar de identificación.
En estos momentos se considera que el sujeto integra los aspectos masculinos y femeninos en la mismidad (Freud describió a este concepto como la ‘bisexualidad’). Una persona capaz de mantener esta flexibilidad, puede aceptar todas las partes de ella misma y del semejante; tiene amplias posibilidades de salir airoso en la confrontación con el otro reconociéndolo como un par, defendiendo su posición subjetiva en tanto pueda  aceptarla como válida.


(1) Conceptualización perteneciente a Jessica Benjamin, profesora asociada de psicología clínica en el Programa de Posdoctorado en Psicoterapia y Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York. Pertenece al cuerpo docente de la Nueva Escuela de Investigación Social y ejerce la práctica privada. Es autora de  “Los lazos del Amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación”; de “Sujetos iguales, objetos de amor - Ensayos sobre el reconocimiento y la diferencia sexual” (Paidós);  y de numerosos artículos.

**Email: cesio.sonia@gmail.com   

sábado, 5 de octubre de 2013

EL PSICOANÁLISIS HOY - DIFERENTES ENFOQUES DE AUTORES VARIOS


Mariam Alizade (1) dice que el encuadre es el marco propicio al desarrollo del análisis, y es el sosten de los miedos a los propios contenidos psíquicos.
Formaliza el aspecto externo: horarios, honorarios, frecuencia y tiempo de las sesiones, manejo de las vacaciones, reglas respecto a ausencias y faltas, posición en el diván, duración. Incluye al encuadre interno, que  implica las reglas fundamentales de asociación libre, de atención flotante y de abstinencia que fueran tempranamente enunciadas por Freud. Bleger (1967) agregó el rol del analista. El encuadre interno añade a estas reglas las regulaciones y procesos psíquicos que emanan de configuraciones internas del psicoanalista que se gestan a medida que el propio analista interioriza la disciplina psicoanalítica. Comprende el desarrollo de la capacidad de empatía, la permeablidad del analista a su propio inconsciente y al del paciente, la transmisión e interacción entre inconscientes, el despliegue de la creatividad en el arte de curar.
El paciente puede cuestionar el encuadre externo: "pelear" los honorarios, negarse a tomar muchas sesiones semanales, rechazar el uso del diván, exigir cambios de horarios, etc. Lo que no puede, -he aquí el territorio del psicoanálisis- es sustraerse al impacto, a los efectos y a la puesta en juego del encuadre que mueve sutiles engranajes metapsicológicos y transferenciales. El trabajo con el encuadre tanto interno como externo requiere ajustes periódicos que reorganicen sus interacciones y replanteen su complejidad.
En 1905, Freud utilizó la palabra actuar (agieren) para designar el abrupto abandono de su paciente Dora. El acting en la transferencia, en sus diversas formas, y el movimiento del paciente y del analista es un fenómeno que ‘ataca’ al encuadre. El peculiar arte analítico es analizar el  acting, su significación y su relacion con el proceso analitico.
El dispositivo analítico añade a la pericia clínica, la instrumentación de los referentes teóricos, la filiación analítica, la escuela o los autores preferidos, las transferencias, los puntos ciegos, la interacción con el espacio institucional, etc.
Dispositivo analítico y encuadre son dos términos en relación de intersección, con áreas comunes y áreas independientes el uno del otro. Conviene aclarar que el dispositivo analitico comprende : el proceso analítico, la relación analítica transferencial y el encuadre.

Lucila Edelman (2) nos dice ‘el encuadre, en tanto un conjunto de normas que se sostienen a lo largo de cierto tiempo, es equivalente a una institución, y éstas, a su vez, forman parte de la personalidad de cada sujeto’…’ me parece interesante una reflexión clínica sobre uno de los aspectos muy cuestionados del psicoanalisis: el encuadre. El mismo comprende el conjunto de acuerdos entre el analista y él o los analizandos, y garantiza un mínimo de interferencias en el trabajo analítico’.
Implica: las interrupciones regladas, los honorarios que correspondan, y una razonable explicación respecto del modo de trabajo.
De esta manera se establecen prescripciones y prohibiciones que pueden proteger de arbitrariedades dependientes del deseo inconciente de unos u otros.
Es importante agregar que el encuadre sostiene el aspecto regresivo, promovido a su vez por el marco de trabajo propuesto. Asi que cualquiera que sea el dispositivo: individual, grupal, familiar, institucional, de pareja; siempre hay un encuadre.
La prescripción de una alta frecuencia de sesiones como parte de la esencia del psicoanálisis, particularmente en la época de Freud, donde podría decirse que esa técnica sostuvo la teoría en función del desarrollo del proceso transferencial más profundo.
Se estableció también la supresión de todo aquello que tuviera que ver con las características del analista, el que debía ser sólo una pantalla de proyección del analizando, junto con la neutralidad del analista.
El encuadre, entonces, como ocurre con la simbiosis, es mudo (segun J Bleger), hasta que se produzcan variaciones que admitan su interpretación y la comprensión de las mismas.
Conviene  incluir en el contrato la referencia  a ciertas situaciones, tales como: fechas de vacaciones diferentes de la establecidas, viajes por trabajo, etc., en función de evitar la aparición de resistencias.
En la actualidad, se disminuyó significativamente el número de sesiones consideradas necesarias, o la existencia de un tiempo fijo de duración para grupos institucionales, entre otros cambios de aquellos elementos del encuadre que anteriormente aparecían como teóricamente fundados.
En los últimos años, en los que aparecen problemáticas narcisistas importantes, o algunas patologías intensamente simbióticas, se plantea la dificultad en cómo terminar la sesión en el horario preestablecido. La función de corte, de discriminación, resulta difícil de ejercer; en ocasiones se advierte como una forma de violencia (similar al abandono), según el caso.
Las fallas en el continente macro social facilitan la emergencia de aspectos más narcisistas y regresivos (por ej, vivencias de intensa angustia, desidentificación, regresiones, afectación de la autoestima, agresiones, actuaciones en las que el sujeto no se reconoce a sí mismo).
En estas circunstancias conviene revisar el tema de los honorarios, hasta que el dispositivo se convierta en un lugar “seguro”. Estas intervenciones conviene que sean compartidas con el paciente y previamente evaluadas personalmente por el analista (en tanto le resulte admisible).
Las circunstancias de emergencias o el acceso de determinados fenómenos, vinculados a los contenidos sobre los que se trabaja, estará en relación con el tipo de intervenciones del analista, incluyendo ciertas modificaciones en la habitualidad del trabajo.

Respecto de la frecuencia de una vez por semana, tan común en la actualidad,  Mariana Wikinsky (3) considera que 'la indicación es siempre el resultado de un proceso de entrevistas que evalúa no sólo las cuestiones diagnósticas, sino también el modo en el que el paciente que consulta “imagina” su tratamiento; qué lugar ocuparía en su vida, cómo ha llegado a la decisión de consultar, qué impacto produce en él haber tomado esa decisión, cuánto tiempo le llevó tomarla, con qué expectativas eligió al terapeuta para desarrollar esas entrevistas; y si resulta natural a su historia cultural y biográfica hacer una consulta psicoanalítica’.
Todas estas cuestiones inciden en la indicación de la frecuencia. Del mismo modo, del trabajo que se empieza a desplegar una vez iniciado el análisis, van surgiendo también decisiones -siempre compartidas con el paciente- acerca de la frecuencia con la que seguiremos desarrollando nuestro trabajo. Con esto quiero decir que la indicación de la frecuencia siempre es el resultado del conocimiento de cada paciente singular.
Suele ponerse en marcha, en algunos pacientes, procesos productivísimos con ese ritmo de trabajo. Conviene preservar el buen vínculo terapéutico, y junto con el abordaje “técnicamente correcto”.
Muchos pacientes en sus primeras entrevistas dan por sentado que vendrán una vez por semana, algunos por motivos económicos; en otros casos sencillamente porque de este modo han pensado en todo momento el curso de su terapia.
Más de una vez ha ocurrido que naturalmente se aumenta el número de sesiones semanales, y cuando no ha sido así, lo fue porque con una vez por semana el trabajo ha encontrado productividad.
La contraindicación de la frecuencia de una vez por semana se sostiene básicamente en dos motivos: a) tendencia a la actuación, b) altos niveles de sufrimiento o angustia.
El psicoanálisis tiene el sentido de aliviar el sufrimiento de las personas; asi que lo que debemos garantizar es la construcción de las condiciones en las que el método psicoanalítico pueda desarrollarse. Estas condiciones no necesariamente están asociadas a la frecuencia semanal.
Respecto del empleo del diván; no conviene que sea a reglamento, sino cuando resulta adecuado para el paciente, y esto es no sólo qué situación clínica presenta, sino si desea trabajar de esa manera. Puede  proponerse para tratamientos de una vez por semana o más, cuando existe capacidad asociativa (analizabilidad), cuando el diván no se transforma en sí mismo en una fuente de angustia y cuando el paciente no lo vive como un rito extraño a su cultura.
Recordemos que comenzar a analizarse implica siempre -desde la primera entrevista- un impacto subjetivo y emocional importante, si pensamos que quien consulta debe aceptar la idea de hablarle a una persona que acaba de conocer, de lo que quizás represente sus secretos más íntimos, o lo que más pudor le produce, entonces se vuelve indispensable que “hospedemos” a nuestro paciente en un ámbito cómodo y confiable, en el inicio de un proceso y que la técnica no se vuelva un obstáculo sino un vehículo a través del cual podamos aliviar el sufrimiento y modificar las significaciones que lo provocan.
Las sesiones duran alrededor 50 minutos (pueden ser 60). En pacientes adolescentes, se puede modificar ese tiempo en alguna sesión específica, por algún motivo específico.
Se puede hablar por teléfono si un paciente lo necesita, o utilizar el e-mail en algunos casos, siempre y cuando las asociaciones, el relato y análisis de los sueños y la interpretación de la transferencia, esta al servicio de la puesta en marcha del método psicoanalítico’

Marta Gerez Ambertín (4) dice: ‘Es conveniente sostener la transferencia y la escucha considerando la singularidad de la persona –el caso por caso- . Esto implica re-crear los tiempos de las sesiones y la frecuencia semanal de las mismas, atendiendo la singularidad del deseo de cada analizado. La modalidad de la escucha del analista y la demanda del analizante hace a la de la transferencia y, a la vez, en la modalidad de la transferencia se juegan los tiempos de la escucha que van contorneando los tiempos de la demanda y sus variaciones. El encuadre es sostén de este proceso que se pondrá en curso.
Ligado a esto está el tema del dinero. El trabajo de análisis solicitado implica un pago de honorarios, y a su vez, una deuda. Dicha deuda se amortiza por un pago (con dinero) que se correlaciona con la sustitución simbólica. El analista no trabaja “gratis” - lo que expondría al peligro de cobrar de otros modos - por ej con satisfacciones sustitutivas, las que están interdictas.
¿Quién, o qué, pone el precio a una sesión analítica? ¿No son acaso las vicisitudes de la demanda y de la cura las que lo determinan? ¿No es acaso preciso plantear las estrategias de los analistas con pacientes o analizantes de varios años que entran en la brecha del desempleo o sub-empleo? ¿Cómo re-creamos ahí la práctica psicoanalítica sin ceder en el deseo de analizar? Tambien aquí se pone en juego el caso por caso, y el despliegue de un dispositivo que sostenga la transferencia, la escucha y la posibilidad de interpretar los contenidos inconcientes y asi aliviar la angustia.
Hemos de admitir que hoy la situación social es complicada. La pauperización progresiva de la clase media, la inestabilidad laboral, los recortes salariales, en fin, la caída del nivel de vida de la población en general, presentan un panorama que debemos afrontar, dejando de lado estandarizaciones previas y creando una circunstancia que posibilite el trabajo entre el paciente y el analista. 
Hay escasez de dinero, entonces , ¿qué hacer, con la cuestión del pago de honorarios en medio de una situación económica no estabilizada? Es imprescindible replantearnos el tema y elaborar nuevas respuestas. Conviene recordar que Freud ya advertía en 1933: “Nos limitaremos, a la antigua usanza, a sustentar nuestras propias convicciones, arrostraremos el peligro del error porque es imposible ponerse a salvo de él (...). Y en lo que respecta al derecho de modificar nuestras opiniones cuando creemos haber hallado algo mejor, en el psicoanálisis hemos hecho abundante uso de él” (34º conferencia).
Respecto de la frecuencia de sesiones con el analizando, considero que podría pactarse con un paciente una sesión semanal cuando el tiempo de la transferencia y la escucha analítica pueden anudarse a la demanda del analizante. Pero… es preciso dejar abierta la posibilidad de aumentar dichas sesiones cuando se producen momentos cruciales en un análisis, que ni analista ni analizante pueden prever.
Del mismo modo que ante una situación de emergencia, tipo despido, pérdida del valor del dinero, etc; tendríamos que pensar cómo nos diferenciaríamos del acreedor (o de la empresa que expulsa).
Cuando el dispositivo está instalado en torno a la transferencia, la única sesión no es un obstáculo intransitable. En todo caso, el obstáculo queda más del lado del analista, quien debe azuzar la escucha y estar más que atento a la estrategia del proceso analítico.
El paciente de una vez por semana supone más trabajo para el analista; indudablemente lo óptimo es el trabajo de dos sesiones semanales; pero no siempre lo óptimo es lo posible.
Resumiendo, entonces, con los recaudos señalados, sostengo que la “única sesión semanal” no impide un análisis.
La utilización del diván no plantea obstáculos, salvo en los momentos críticos de eclosión de angustia donde conviene trabajar cara a cara con el paciente, pero esto sucede también con analizando de más de una vez a la semana’

Sonia Cesio (5) refiere respecto del trabajo del psicoanalista, hoy, en el momento actual, que implica un acto creativo constante, que anudará la teoría a la técnica  buscando estimular el proceso de hacer conciente lo inconciente.
Ello implica acordar con el paciente la frecuencia, los honorarios, el encuadre y la forma de trabajo, en función de la analizabilidad buscada.
Se entiende por analizabilidad a la disposición de quien consulta, para detenerse a reflexionar con el analista, y volver a pensar con ese otro, sobre sus propias vicisitudes.
Se mencionó anteriormente, la abundancia en la actualidad de las personalidades ‘de borde’ que están sostenidas por una estructa difícil de desarmar, por la rigidez que detenta lo que dificulta la movilidad y el cambio.
Cuáles son los datos a tener en cuenta: el tipo de discurso, que generalmente circula alrededor de creencias; certezas; o de la enorme desconfianza en la vialidad del análisis para aliviar el sufrimiento. Si a esto le sumamos la fragilidad económica actual, en cuanto al valor del dinero y la dificultad de obtenerlo, estamos ante factores que complican el abordaje psicoanalítico.
Acuerdo con los otros autores, proponer entrevistas iniciales para conocerse mutuamente (analista y paciente) y para dar a conocer la herramienta, los tiempos (que demandan los cambios); y asi evaluar la posibilidad de espera, y particularmente: la escucha.
Esta interacción, con el relato de los padecimientos que llevan al deseo de inicio de tratamiento, más las fantasias que se despliegan en torno a las aspiraciones ligadas a esta experiencia terapéutica, les permitirá a ambos establecer la forma más adecuada de trabajo.
No se trata de una ‘libre acomodación’ al dispositivo psicoanalítico, sino a buscar una forma de trabajo conjunto, donde el discurso del paciente puede acompañarse del análisis de sus fantasías, asociaciones libres, sueños, lapsus. Y en función de este material, analizar e interpretar los diferentes contenidos expuestos.
La frecuencia de una vez por semana, si bien es un marco de trabajo muy ‘justo’ en cuanto al despliegue de los fenómenos mencionados, igual ponen en marcha los fenómenos  transferenciales/contratransferenciales. Todos estos elementos dan la posibilidad al analista de ‘devolverle al paciente lo que es de su propiedad’ por medio de la interpretación psicoanalítica, según nos dice Horacio Etchegoyen (6). En ese contexto es posible el despliegue del proceso esencial de ‘hacer conciente lo inconciente’.

Respecto del encuadre, conviene recordar que la esencia del mismo es el sostén del dispositivo analítico. Da cuenta de lo permitido y lo prohibido en función del trabajo a desarrollar entre en analista y el paciente. Sigue teniendo vigencia plena, asi se trabaje con una sesión o más; en forma presencial o a distancia.
Es un tema que genera enfoques dispares, pero justamente su establecimiento favorecerá la emergencia de resistencias, que es la via regia para desarmar los síntomas; la comprensión del sentido de los mismos y el acceso a elementos simbólicos. El efecto producido alivia la angustia y le devolverá al paciente la energia hasta entonces retenida por el/los síntomas. Ese fenómeno es generador de alivio y bienestar, y estimula  a profundizar en el proceso puesto en marcha.
Respecto de la abstinencia del analista, sabemos que está al servicio de frustrar las satisfacciones sustitutivas (que mantienen los sintomas) y crea el clima propicio para la emergencia de vivencias pasadas (infantiles). No me refiero a tener una actitud inflexible, sino a establecer la distancia necesaria para poder mantener activo el ‘yo observador’ del analista, tanto para pensar en el discurso del paciente, como para entender  y asi interpretar su propia contratransferencia.
Respecto de los honorarios a cobrar, es conveniente para el analista, tener un marco de referencia donde entren en consideracion: su formación personal, la antigüedad en la profesión, el tipo de  pacientes con el que trabaja, etc. Es algo asi como un encuadre personal, pero en este caso, referido al dinero que se espera recibir por el trabajo con el/los paciente/s. Es beneficioso que los honorarios establecidos generen satisfacción en el analista respecto del trabajo: lo cual aumentará en la disposición a profundizar el analisis en ambos integrantes de la dupla.
Sabemos que el trabajo de análisis es una tarea enriquecedora, beneficiosa para la salud del paciente y proveedora de experiencia para el terapeuta; pero también es ardua, dificil, dolorosa (según el caso). Ambos comparten las vicitudes penosas de uno de los integrantes de la dupla, por eso considero importante que el analista se sienta cómodo con sus honorarios, y que el paciente pueda pagarlos, tanto en función de la carga libidinal puesta en el deseo de curarse, como en relacion al mantenimiento cotidiano del tratamiento.
El valor libidinal del dinero está en relación directa con la catectización del deseo de mejorar la calidad de vida y es objeto de análisis, tanto como los otros componentes del discurso.
Conviene verificar en cada paciente, la ‘inversión económica’ que está dispuesto/a hacer para acceder a sus conflictos inconcientes y asi poder revisar juntos (analista y paciente) la analizabilidad/movilidad del valor del dinero. Abrirá el camino a seguir, junto con los otros contenidos que se desplegarán en el trabajo analítico.
El planteo de honorarios  y sus significados propuesto anteriormente, tiene validez tanto para el trabajo presencial, como para el trabajo online, con pacientes que se tratan ‘a distancia’.
La diferencia es, justamente, la distancia. Con el paciente presencial, alli cara a cara tenemos mas recursos para tramitar la cuestión del dinero.
Con el paciente a distancia, sugiero establecer un honorario previamente y reclamar su pago. Como una especie de prueba, tanto del compromiso como del deseo de mantener el trabajo analítico. Naturalmente, si se establece un trabajo analítico, se podrá reencuadrar el dispositivo (si es necesario) o mantenerlo como se habia iniciado. 

Referencias:

(1) Alizade, A. M.(1996): Mesa redonda "Pensando la clínica y la psicopatología actuales", Rev. Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, Nº 22, pág. 43 y descriptor de este concepto en la Comisión de Informática de dicha Escuela, julio 1997.

(2) Lucila Edelman - Psiquiatra y Psicoanalista - Miembro de la
 A.A.P.P.G.- Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo

(3) Mariana Wikinsky – Psicoanalista – Miembro de:

(4) Marta Gerez Ambertín - Psicoanalista

(5)  La Lic Sonia Cesio - Psicoanalista


(6) Ricardo Horacio Etchegoyen – Psicoanalista – Autor de " Los fundamentos de la técnica psicoanalitica - Amorrortu, 1992  entre sus numerosas publicaciones.




miércoles, 3 de octubre de 2012

LA TERAPIA ONLINE: Mesa redonda - 20° Congreso Internacional de Psiquiatría


LA TERAPIA ONLINE
Power Point presentado en el 20° Congreso Internacional de Psiquiatría
Realizado por la  Asociación Argentina de Psiquiatras
Llevado a cabo del 17 al 20 de octubre de 2012
Sheraton Buenos Aires Hotel & Convention Center
Mesa redonda del día jueves 20 a las 17 hs

MODALIDAD DE ESTA PRAXIS
Es el tratamiento psicológico realizado a través de la computadora, vía internet.
Se trabaja a través de programas como el Skype o el Messenger, con cámara web en tiempo real
Así que terapeuta y paciente coinciden en día y hora; se ven y hablan.
También se puede brindar la psicoterapia por teléfono (al costo de un llamado común) o por chat.
Algunas personas prefieren hablar por teléfono común
Particularmente, trabajo con el uso de cámara web o por teléfono.
Suspendí el  trabajo a través del email (esa práctica la mantuve hasta el año 2009).
Es la práctica más efectiva, pero es doble trabajo para el terapeuta.

CONTEXTO DE TRABAJO
Fenómenos que se despliegan entre terapeuta y analista:
1- hay un pedido de consulta
2- se acuerda día y hora, y se explicita la forma de trabajo
3- se establece contacto, luego del pago de honorarios de 3 (tres) entrevistas iniciales; para conocerse mutuamente (analista y paciente).
 Es el mínimo compromiso que resulta de utilidad para:
a) el saber acerca de uno y otro;
b) el eventual paciente despliega su problemática (con un tipo de discurso);
c) el terapeuta evalúa la viabilidad de ese tratamiento (y la escucha).
Junto con la analizabilidad y la posibilidad de insight y del futuro paciente
LA ANALIZABILIDAD ES LA DISPOSICIÓN DE QUIEN CONSULTA, PARA DETENERSE A REFLEXIONAR CON EL ANALISTA.
d) el paciente ‘prueba’ el dispositivo; verifica la identidad del terapeuta y su experiencia;
e) ambos acceden al conocimiento respecto del trato mutuo (es equivalente a la posibilidad de hacer
transferencia).
ENCUADRE
Da cuenta de lo permitido y lo prohibido: es muy importante establecer alguno, que sostenga ese trabajo conjunto.
Se acuerda un modo de trabajo; día y hora del encuentro; se explicita lo prescripto.
Lo no permitido lo evaluaremos juntos: 1) previamente, en esas primeras entrevistas;
2) durante el transcurso del tratamiento
FRECUENCIA
De una vez por semana, hasta 3 veces por semana, según urgencia.
Es recomendable que la frecuencia sea mínima (una vez por semana)
Es un dispositivo frágil, por eso sugiero (también) una exigencia mínima al principio.
HONORARIOS
Es conveniente para el analista, tener un marco de referencia donde entren en consideración:
su formación personal, la antigüedad en la profesión, el tipo de  pacientes con el que trabaja, y así fijar el honorario esperado.
Es beneficioso que los honorarios establecidos generen satisfacción en el analista respecto del trabajo: lo cual aumentará en la disposición a profundizar la tarea.
ACTITUD DEL ANALISTA
Es favorable mantener:
a)     la abstinencia relativa al trabajo terapéutico;
b)    crear un clima propicio para la tarea propuesta;
b) la distancia necesaria para poder mantener activo el ‘yo observador’.

ESTABLECIMIENTO DEL LAZO AFECTIVO CON EL TERAPEUTA:
EL “TRABAJO DE ANÁLISIS”

Siempre se despiertan transferencias entre uno y otro.
Hay personas más transferenciables, que  posibilitan la transferencia; otros no la posibilitan.
Hay encuadres que posibilitan la transferencia; otros plantean mayores dificultades.
EL DISPOSITIVO ONLINE ES UN ENCUADRE MUY FRÁGIL, MUY VOLÁTIL.
Al inicio de un tratamiento es una especie de prueba:
1 - PARA EL PACIENTE
a) con qué se va a encontrar
b) qué es eso de ‘hacer terapia’
c) los ‘datos’ de la fragilidad se advierten por: cambios de horarios, olvidos, interrupciones.
2 - PARA EL ANALISTA
IMPLICA UN ACTO CREATIVO CONSTANTE, ANUDANDO LA TEORÍA A LA TÉCNICA 
Pasadas esas alternancias, se establece el trabajo terapéutico (o no)
ABORDAJE
1°: conviene dar explicaciones sobre el dispositivo;
2°: situar al paciente en el presente, y relacionar con su historia.
3°: trabajar con contenido manifiesto
4°: en un tiempo posterior se evaluará la posibilidad de
hacer intervenciones de contenido profundo (hacer conciente lo inconciente)

QUÉ ANALIZAR:

Conviene evaluar:

 a) el tipo de relato
b) la confianza vs desconfianza tanto en el terapeuta, como en el dispositivo
c) las expectativas del tratamiento

Las intervenciones indicadas son:
SEÑALAMIENTOS -  CONFRONTACIONES - LOS ACTOS FALLIDOS   FANTASÍAS - LOS SUEÑOS - OCURRENCIAS
Suelo  pedir asociaciones/ ocurrencias; explicando previamente de que se trata.
 Es posible hacer intervenciones sobre CONTENIDOS INCONCIENTES, cuando
se refieran a sueños, a recuerdos, a ciertas asociaciones, una vez que el/la paciente
se halle instalado en el tratamiento (con transferencia positiva).
Las interpretaciones se comunicarán respetando el timming.

PERSONALMENTE, EVITO HACER INTERPRETACIONES TRANSFERENCIALES

Es un tipo de abordaje que apunta a lo profundo del psiquismo; genera mucha angustia
Se puede trabajar con las resistencias, pero conviene ser muy cuidadosos
Respecto del levantamiento de material reprimido
En estas circunstancias hay que tener en cuenta la distancia ‘real’
Que puede dejar fuera del trabajo analítico, tanto a terapeuta como al paciente.

LIMITES DE LA TERAPIA ONLINE

En la época actual: hay abundancia de personalidades ‘de borde’
que están sostenidas por una firme estructura defensiva, hay rigidez, y dificultad de movilidad y cambio.
Aquellas personas que consumen sustancias, o tienen tendencia a la actuación.

ES INCONVENIENTE EL ABORDAJE TERAPEUTICO EN CASOS DE ESTA NATURALEZA.

 

BIBLIOGRAFIA

 “La interpretación de los sueños” 1899/00 - Cap. VII  - Obras Completas -  "Tres ensayos de una teoría sexual" (1905) – “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico" (1912) - “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica (1918)” -
 "Más allá de principio del placer"(1920) –  “El yo y el ello” (1923) -  “Más allá del principio de placer” (1919/29) -  S Freud - Ed. Amorrotu –

“Seminario sobre técnica psicoanalítica” – Sonia Cesio – Publicado en:

“Que es el psicoanálisis?” – Sonia Cesio – Publicado en:
"El psicoanálisis: teoría, clínica y técnica" - Ángel Garma - Ed. Paidós.
"Psicoanálisis: objetivo, fundamento y técnica" - Nasim Yampey - Ed. Kargieman -
"Estudios sobre técnica psicoanalítica" - Heinrich Racker - Ed. Paidos –
“Los fundamentos de la técnica psicoanalítica” Ricardo Horacio Etchegoyen – Psicoanalista –  Amorrortu Ed., 1992.


“La importancia del lenguaje escrito” - Publicado en:

 “El lenguaje de los chats. Entre la diversión y la subversión”  El trabajo completo esta publicado en:
Observatorio para la CiberSociedad en http://www.cibersociedad.net/archivo/articulo.php?art=27
“Vínculos y subjetividad en los nuevos contextos electrónicos. hacia una escucha abierta y desprejuiciada” Roberto Balaguer -–
Publicación en: http://www.enigmapsi.com.ar/vincsubjet.html
“La voz del Psicoanálisis frente a las Nuevas Tecnologías” - Roberto Balaguer -  Publicado en: http://www.enigmapsi.com.ar/vozpsicoan.html
“Anonimato en la red. Ilusión de ser des-conocido” - R: Balaguer - Publicación original:
"Psicoanálisis de la Pareja" - Janine Puget - Publicado en: